Ritual de tribu la despedida de Metallica en su tercera noche, la mejor, la más intensa de su gira mundial hasta el momento. Cerca de 60 mil cuerpos vestidos de negro y luego semidesvestidos al fragor de esta salvaje ceremonia de música de nivel extraordinario y desbordamiento físico brutal, una fiesta absolutamente carnal. A la medianoche del domingo la expresión de placer en todos los rostros completaba el devastamiento físico natural de las bacanales.
El concierto del domingo se anunciaba ya como el mejor de los tres en México por razones concéntricas: siempre las últimas sesiones de serie sirven para echar el resto, agotar la última gota de energía, cerrar a tambor batiente; además, ya no hay nada que perder, no hay sorpresas y todo se concentra en hacer buena música, pasarla bien.
Y la razón fundamental: un concierto de thrash metal necesita siempre del público adecuado y el de las últimas horas que vivió Metallica en México jamás la olvidarán los asistentes, porque estuvieron presentes los fans más acendrados, los especialistas irrebatibles, los aferrados, los fieles, los exquisitos y los del lado moridor, pues ya se habían matado unos contra otros por conseguir boletos, que fueron los primeros en agotarse en unos instantes porque originalmente el grupo angelino iba a ofrecer solamente este concierto, pero hubo necesidad, ante el éxito de taquilla, de programar los dos que ocurrieron jueves y sábado.
De manera que la tarde del domingo se congregaron los oficiantes curtidos, los rudos sin los cursis, los malencarados, porque los metaleros se sienten obligados a mostrar colmillo y garra cuando piel adentro son gatitos que maullan y lloran desde los primeros riffs.
Lloran de emoción. Apenas había comenzado la refriega y el rostro de felicidad de los fabulosos fans metálicos denotaba una suerte de éxtasis, como si tuvieran pintada la frase en la frente, con la boca semiabierta: “¡no lo puedo creer, regresó Metallica!” y como la banda tocó como nunca y sus integrantes se entregaron como solamente lo hacen entre sí Daphnis et Chloé en pleno bosque, como La Sulamita y el Rey Salomón en El cantar de los cantares, muchos sencillamente soltaban el llanto ante tanta belleza.
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